Una cuestión de confianza
Durante mucho tiempo hemos usado el correo electrónico, con la misma confianza con la que escribimos una carta a un amigo desde casa o mandamos un fax desde nuestro puesto de trabajo.
Para muchas personas, de hecho, el correo electrónico se ha convertido en su principal medio de comunicación escrito; aunque nada haya como tener delante de nosotros a nuestro interlocutor y charlar … por el gusto de charlar.
Pero algo, tan aparentemente inocuo como enviar o recibir un mensaje, ha demostrado no estar carente de riesgos. En los últimos años, recibir mensajes cargados con virus se ha convertido en algo habitual. Un remitente desconocido nos manda un mensaje con un archivo que, al ser abierto, infecta nuestro ordenador con efectos tan variados como impredecibles.
Hasta hace poco, mi recomendación habitual para no ser infectado era " … no abrir archivos en mensajes de remitentes desconocidos", algo así como el " … no hables con extraños" que escuchábamos de niños. Era una cuestión de confianza; la garantía de fiabilidad en el mensaje era su propio remitente. Al fin y al cabo ¿qué interés iba a tener nuestro mejor amigo o hermano en borrar nuestro ordenador?
Pues todo eso pasó a la historia. La tecnología y la capacidad para hacer daño ¡porque sí! (que a veces caracterizan al ser humano) han ideado algo tan ingenioso como perverso. Se trata de un tipo de virus que lee nuestra agenda de direcciones y se reenvía a sí mismo a todos nuestros compañeros, familia y amigos. Para colmo, y sin saberlo, nosotros mismos propagamos la infección al reenviar ese mensaje a otras personas.
Cuando ese mensaje llega al destinatario ya es demasiado tarde. Abre el mensaje, con la tranquilidad y confianza que da el saber que se lo hemos mandado nosotros, y en unos segundos ya está infectado.
Porque, hasta ahora, todo era una cuestión de confianza.
Para muchas personas, de hecho, el correo electrónico se ha convertido en su principal medio de comunicación escrito; aunque nada haya como tener delante de nosotros a nuestro interlocutor y charlar … por el gusto de charlar.
Pero algo, tan aparentemente inocuo como enviar o recibir un mensaje, ha demostrado no estar carente de riesgos. En los últimos años, recibir mensajes cargados con virus se ha convertido en algo habitual. Un remitente desconocido nos manda un mensaje con un archivo que, al ser abierto, infecta nuestro ordenador con efectos tan variados como impredecibles.
Hasta hace poco, mi recomendación habitual para no ser infectado era " … no abrir archivos en mensajes de remitentes desconocidos", algo así como el " … no hables con extraños" que escuchábamos de niños. Era una cuestión de confianza; la garantía de fiabilidad en el mensaje era su propio remitente. Al fin y al cabo ¿qué interés iba a tener nuestro mejor amigo o hermano en borrar nuestro ordenador?
Pues todo eso pasó a la historia. La tecnología y la capacidad para hacer daño ¡porque sí! (que a veces caracterizan al ser humano) han ideado algo tan ingenioso como perverso. Se trata de un tipo de virus que lee nuestra agenda de direcciones y se reenvía a sí mismo a todos nuestros compañeros, familia y amigos. Para colmo, y sin saberlo, nosotros mismos propagamos la infección al reenviar ese mensaje a otras personas.
Cuando ese mensaje llega al destinatario ya es demasiado tarde. Abre el mensaje, con la tranquilidad y confianza que da el saber que se lo hemos mandado nosotros, y en unos segundos ya está infectado.
Porque, hasta ahora, todo era una cuestión de confianza.